Cartel original de la película (1965) |
Director: Franklin J. Schaffner
Guión: John Collier y Millard Kaufman
Productora: Universal Pictures
Reparto: Charlton Heston (Crisagón), Richard Boone (Bors),
Rosemary Forsyth (Bronwyn), Guy Stockewell (Draco), Maurice Evans (el cura),
Niall McGinnis (el patriarca), James Farentino (hijo del jefe tribal), Henry
Wilcoxon (Rey de Frisia).
Tras varias décadas al servicio del Duque de Normandía, Crisagón de la Cruz
recibe un pequeño feudo en el confín nororiental del país sobre el que se
ensaña una extraña rumorología. Cuentan los trotamundos que allí se han apeado,
que tres despiadados jinetes (la peste, el paganismo y la espada) recorren a
sus anchas los polvorientos caminos, desafiando a todos aquellos incautos que
tratan de imponer su señorío.
Mayor que la impopularidad del lugar es el deseo de Crisagón por aposentar
su dominio sobre un territorio al que llamar hogar, por lo que acepta sin
titubeos la concesión ducal. A ello le empuja también la oportunidad de restaurar
el honor de su familia, ya que la aldea limita con el Reino de Frisia, cuyo gobernante
guarda una relación estrecha con los padecimientos pasados. Y es que Crisagón
era todavía un niño cuando el Rey de Frisia capturó a su padre y exigió para su
liberación el pago de un cuantioso rescate que arruinó la hacienda familiar.
A los pocos días de que el caballero normando asuma los mandos en la aldea
surge la oportunidad de saciar su sed de venganza ya que los frisones perpetran
una incursión dirigidos por el mismísimo caudillo. Crisagón y sus hombres se
baten con gallardía y ponen en fuga a los invasores, pero entre los despojos no
hay pista alguna de su rival, el rey ha salvado el pellejo. Lo que encuentran es a un retoño de dicho pueblo, cuyos ropajes atestiguan
alcurnia y al que toman como cautivo. Entre todos los asistentes, sólo el bufón
se percata de qué el linaje de éste muchacho apunta a lo más alto del escalafón,
ya que halla entre la maleza un colgante de oro que éste escondió al verse acosado.
Tras el combate, la vida en el pueblo vuelve a su normalidad y entre los
quehaceres cotidianos se anuncia el enlace entre el hijo del patriarca de la
villa con una aldeana llamada Bronwyn que desentona con los lugareños, pues si
estos son bajos, chatos y feos, la mujer es alta, de rostro sensual y de
belleza principesca. Crisagón queda prendido al instante de aquella joven y se
convierte en una malsana obsesión que es incapaz de controlar. Desairado
consigo mismo y con la propia muchacha, que en un primer momento repele las
arremetidas amorosas del caballero normando, recurre a las costumbres paganas y
reclama el uso del derecho de pernada, que se consuma durante la primera noche
tras los esponsales.
El jefe de la villa acata la ley a costa del pesar que le causa a su hijo.
Le impone eso sí, la obligatoriedad de devolver la muchacha al alba pero cuando
llega el momento crucial, Crisagón recurre a la fuerza y decide hacer de Bronwyn
su mujer. El patriarca y su hijo se encolerizan y enardecen al pueblo hasta el
punto de romper los vínculos de vasallaje que le atan al normando, declarándose
una abierta hostilidad entre gobernados y gobernante.
Aunque algunos aldeanos son partidarios del enfrentamiento directo, el jefe
de la villa les convence de buscar ayuda exterior, dado que ellos son vulgares
campesinos poco habilidosos en el manejo de las armas. Y mientras se preguntan cómo
persuadir a los frisones entra en escena el bufón de Crisagón, quién airado con
su señor deserta de su lado y se suma al bando villano. El guasón delata de la
existencia del muchacho cautivo a los lugareños quienes obtienen el señuelo que
anhelan.
Las suposiciones son certeras y el Rey de Frisia desembarca con una enorme
hueste dispuesto a recuperar al vástago que daba por muerto. Primero tratará de
hacerlo por las buenas, adelantándose él mismo hacía el torreón de Crisagón
para exigir su devolución. Draco, el hermano del caballero normando, le insta a
rechazar toda liberación sin un pago proporcional a su alcurnia y el combate se
resuelve inevitable.
El primer ataque viene acompañado de la construcción de un sólido ariete
que pone en aprietos a los defensores. Los frisones llegan los pies de la
fortaleza e incendian la poterna, dejando al descubierto una obertura por la
que adentran los más bravos. La situación rezuma gravedad pero el audaz
sargento de armas, Bors, se las ingenia para acabar con la infernal máquina de
asedio. Desciende por la torre del homenaje hacía el embarcadero y rescata una
pequeña ancla de uno de los botes amarrados. Con su tesoro al hombro se enfila
de nuevo por el torreón, no sin dificultades, pues algunos frisones se percatan
de su presencia y le precipitan una incesante lluvia de flechas. Cuando llega a
las almenas, lanza el garfio al ariete consiguiendo que quede bien sujeto a su
armazón y la guarnición al completo, incluido el propio párroco de la villa,
comienza a tirar de la cuerda hasta que la estructura cede, dándose por
desbaratado el asalto.
En el segundo embate los frisones se refugian en la noche, sirviéndose de
su oscuridad para ocultarse de las flechas de los defensores. Los normados
parecen no atinar en aquellos blancos en movimiento, así que Crisagón y su fiel
sargento de armas, Bors, se parapetan espada en mano en el recinto de la
guardia desde dónde tratan de mantener a raya a los atacantes. Cuando la
muchedumbre infesta la posición del caballero, desde las almenas de la torre,
sus hombres comienzan a verter ollas de aceite hirviendo sobre los incautos
asaltantes, que sólo van protegidos con improvisadas gavillas de heno. El fuego
se extiende entre los asaltantes que una vez
más ponen pies en polvorosa.
El siguiente ataque se demora varios días, dando una primera sensación de
agotamiento en ambos bandos. Los frisones han recibido más pérdidas, dado su
situación de atacantes, pero en su bando no ha cundido el desánimo como sí lo
ha hecho en el normando. Para estos desdichados la situación es tan desesperada
que Crisagón encomienda a su hermano la suicida misión de atravesar las líneas
enemigas en busca del socorro.
En el otro bando, trabajando codo con codo y de Sol a Sol, aldeanos y
frisones erigen una temible torre de asedio. Sirviéndose de su superioridad
numérica, forzarán a los normandos a combatir en dos posiciones, en lo alto del
bastión y abajo, sobre el puente de acceso.
Los agresores avanzan a paso firme cubiertos por su soberbia torre de
asedio, mientras las flechas de los sitiados se quiebran al chocar contra las
pieles curtidas que actúan de parapeto. La batalla se entabla tal y cómo la
ideó el caudillo frisón y las bajas comienzan a ser inasumibles para los
normandos. Uno tras otro, los arqueros defensores se precipitan asaeteados
desde sus barbacanas y se pierden en las pestilentes aguas del foso. Los que
sobreviven lo tienen mucho peor, pues llega el cuerpo a cuerpo y la mortandad deviene
espantosa. Normandos y frisones caen atravesados por el frío acero de sus
espadas. La resistencia de los asediados se encuentra al límite cuando cae del
cielo un proyectil incendiario que enmudece al campo de batalla. Se trata de artillería pesada. Increíblemente,
la misión de Draco se ha saldado con éxito y éste vuelve acompañado de un
nutrido grupo de tropas ducales que consiguen romper el cerco y guarecerse en
la torre del homenaje.
Tras la euforia inicial, surgen las disputas en el bando normando. Draco,
quién siempre se ha sentido ensombrecido por su hermano, ha convencido al Duque
para asumir el mando, y se dispone a resolver el entuerto dando un ultimátum al
Rey de Frisia para consumar el pago del rescate. A cada negativa, le amenaza, cercenará
un miembro al príncipe.
El honor de caballero obliga a Crisagón a defender la vida del muchacho.
Colérico, Draco pierde los estribos y se precipita sobre su hermano dando
espadazos a diestro y siniestro. Crisagón no ha tenido tiempo para dotarse de
un arma, pero su ardor guerrero es muy superior al de su hermano, quién haraganeaba
en la Corte del Duque, mientras él se batía a vida o muerte en situaciones
dignas de pesadilla. En plena trifulca Crisagón le arrebata el puñal del cinto a
su hermano, y con una instintiva estocada se la ensarta entre el peto y el
espaldar, quedando despachado en breves minutos.
Crisagón siente una gran pesadumbre por los acontecimientos que se han
sucedido desde su llegada a estas tierras impías y se decide a poner fin al
conflicto. A lomos de su alazán, marcha hacía el campamento enemigo para
parlamentar con su caudillo y sin exigirle rescate o condición alguna, le
devuelve a su vástago, dejando atónitos a los frisones y conmocionando al viejo
corazón del Rey, quien trata de premiar su magnanimidad ofreciéndole un título
nobiliario y tierras en su patria. Crisagón titubea ante tal oferta, pero su
fiel vasallo Bors le insta a aceptar, dado que en Normandía nada bueno deben
esperar del Duque salvo el cadalso o la reclusión perpetua. Cuando el Duque se
entere de qué ha matado a su hermano estará acabado. La única condición que
exige Crysagon, es que le permita llevarse consigo a su amada Bronwyn lo que no
supone ningún impedimento para el Rey.
El camino a los brazos de Bronwyn se hace para Crisagón una eternidad, pues
su mente se debate entre la esperanza y el miedo. Al fin se reúnen y por
primera vez se sienten dichosos al contemplarse el uno al otro. La tormenta deja
paso a la claridad del día; pero es sólo un caprichosa ilusión del Hado, qué ya
ha tejido su propio destino para ambos. El hijo del jefe tribal les acecha en
la espesura del robledal dispuesto al desquite. Cuando los tiene al alcance, se
abalanza como un pantera sobre sus
víctimas. Crisagón recibe una tajada que le desgarra el brazo derecho,
dejándolo fuera de combate al instante. Luego se dispone a acabar con Bronwyn y
blandiendo amenazante su ennegrecida hoz se abalanza sobre ella. Apenas un suspiro
antes de descargar el golpe letal irrumpe Bors, quien arrolla con su caballo al
campesino y lo empotra a un tronco descarriado.
Tanto Bronwyn como Crisagón han sobrevivido a la emboscada pero las heridas
del caballero son tan graves que mantenerse erguido es ya todo un milagro.
Bronwyn flaquea, pero el normando sin embargo le apremia a seguir adelante con
su plan, ella también tiene que huir, ya que los aldeanos harán de ella su
chivo expiatorio.
El instinto de supervivencia acaba imponiéndose y Bronwyn parte hacía
Frisia, acompañado por el simpático cura. Impasibles y en dirección opuesta,
Crisagón y Bors cabalgan sobre sus monturas hacía el futuro incierto de la Corte,
dónde aplacarán la ira del Duque o caerán bajo el hacha de su verdugo.
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